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jueves, 30 de junio de 2011

Las Tortugas Tambien Vuelan


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Los habitantes de un pueblecito del Kurdistán iraquí, en la frontera entre Irán y Turquía, buscan desesperadamente una antena parabólica para conseguir noticias acerca del inminente ataque de Estados Unidos contra Irak. Un chico mutilado, que viene de otro pueblo con su hermana y el hijo de ésta, tiene una premonición: la guerra está cada vez más cerca. Mientras la vida en el campo de refugiados continúa y los niños guiados por un muchacho llamado Satélite, sobreviven gracias a la venta de minas antipersonal que abundan en la zona. 

Las tortugas también vuelan muestra la historia de una serie de niños y niñas de un campo de refugiados turcos en Irak en los días previos a la intervención militar norteamericana contra el régimen de Sadam Hussein. Esta es una historia de cómo sobreviven estos niños y niñas en una situación límite, en un contexto de conflicto bélico y de subdesarrollo agudo. La situación es extrema: viven de recuperar y vender minas antipersona. Algunos han quedado mutilados por el estallido de alguna de las minas. Otros han muerto. Y en medio de este panorama tienen que organizarse para sobrevivir y resistir, obligados a crecer de golpe. En medio de una situación tan adversa, estos niños y niñas tratan de ayudarse unos a otros, se apoyan solidariamente. La película habla de un destino trágico y doloroso del que se nos informa desde su primera secuencia. Ésta empieza, de hecho, con la maldición de un viejo que no logra colocar bien su antena de televisión: "¿Qué han hecho con nuestra querida patria? No tenemos ni electricidad, ni escuelas, ni desarrollo. Hasta le impiden al cielo traernos ondas para ver cuando empieza la guerra con Estados Unidos. Maldigo esta situación, la maldigo."
A partir de aquí, la película trata de mostrar el drama humano vivido por el pueblo kurdo, víctimas tanto del régimen de Sadam Hussein como posteriormente de la intervención norteamericana. Al respecto Bahman Ghobadi, su director, afirmó: "Retrato a una generación cuyas expectativas se han visto defraudadas. Están atrapados entre dos tipos de barbarie. Primero, fueron víctimas de Sadam Hussein. Después, la entrada de los americanos les condujo a un nivel de terror diferente." Ghobadi, sin justificar en modo alguno la intervención norteamericana, se queja que esta historia de padecimientos del pueblo kurdo no haya sido bien conocida ni valorada: "Sadam era un criminal de guerra. Hacer un inventario de sus crueldades llevará años, si es que alguna vez puede completarse. Detecto que en Europa no se ha calibrado en su justa medida la dimensión de los crímenes del régimen de Sadam." Pero al mismo tiempo, la película en ningún momento puede verse como un alegato a favor de los norteamericanos: "La mayoría de kurdos iraquíes estaba a favor de los planes de George Bush. Ni yo ni mi película compartimos ese planteamiento, pero es una postura que comprendo perfectamente." Pero ahora, después de la intervención norteamericana, el futuro tampoco parece muy halagüeño: "Al terminar la película, uno entiende que el pasado es amargo, que el presente es amargo y que el porvenir sólo depende de uno mismo. Los poderosos extranjeros no tienen intención de crear un paraíso para nosotros. Ellos nos explotan para construir lugares maravillosos para ellos mismos". Y es que el film lo que pretende es denunciar la guerra: "Mi intención fundamental era hacer un alegato contra la violencia. No solo sobre sus consecuencias directas, sino también sobre las secuelas que permanecen años después de que se haya producido."
Uno de los indicios más claros del distanciamiento de la película con las supuestas bondades del mundo Occidental es la forma cómo son presentados los medios de comunicación. Resulta revelador que la información sobre el inicio de la esperada guerra no llegue a través de la televisión por cable, sino por la revelación del muchacho que tiene visiones. Resulta significativa la secuencia en la que un médico kurdo iraní, ya bastante mayor de edad, cuenta que está buscando un chico que hace predicciones pues, comenta que en tiempos de guerra y hay que estar bien informados. Cuando otro hombre le cuestiona que haga tanto viaje para eso y, que si quiere estar informado, mejor se compra una antena parabólica, éste le contesta: "¿Una antena parabólica? ¿Y que hago yo con eso? Sólo cuentan lo que les interesa. Mienten y se llenan los bolsillos de dinero." La posición de Bahman Ghobadi al respecto es clara: "En la película todos los personajes buscan información vía satélite sobre la guerra que se avecina, aunque no entiendan el idioma y las imágenes mostradas en la televisión vayan en contra de sus creencias, pero finalmente la información les llega a través de las predicciones del niño mutilado. Esto se debe a que, en mi opinión, las cadenas de televisión pertenecen a grupos de intereses que consideran a los ciudadanos del mundo como simples figurantes. Ellos, con sus cadenas y sus guerras, nos usan como juguetes y nos imponen su guerra sucia para ganar más dinero. Dada la situación en que s
e encuentra nuestra región y sus repercusiones en el mundo entero, yo pongo en duda cualquier forma de información, ¡incluso la prensa escrita!"
Otro claro ejemplo del distanciamiento de la película con el mundo occidental es el problema de las minas anti-persona. Ghobadi denuncia las complicidades de la industria de armamento norteamericana y europea con su propagación: "En mi película el trabajo de los niños consiste en encontrar minas antipersonales para después venderlas porque. Desde que se inventaron, Kurdistán ha sido y sigue siendo uno de los países más afectados por ellas. Los fabricantes norteamericanos y europeos se las vendieron a dictadores como Sadam u otros que las diseminaron por todo el país. Creo que llevará mucho tiempo retirarlas. Cada día, cada hora, hay personas inocentes que mueren o quedan mutiladas por ellas. Incluso hay familias en el Kurdistán que ponen el nombre de Mina a sus hijos recién nacidos".

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